Como todo
fenómeno de alcance mundial y que principalmente está inserto en los
temas económicos, la globalización tiene sus puntos a
favor y en contra.
Entre sus ventajas
están el logro de una nueva fase de la internacionalización de los mercados,
que estrecha la interdependencia de empresas y naciones; el
desarrollo de las comunicaciones y las redes permite que operaciones
entre dos puntos lejanos del planeta ocurran en tiempo real, sin demoras y
con efectos inmediatos; los dineros se mueven
rápidamente y sin restricciones; hay una mayor difusión de
aspectos culturales entre varios países, y pequeñas economías o
pueblos aislados tienen la oportunidad de relacionarse
económica y culturalmente con los países desarrollados, ampliando así
sus posibilidades de
crecimiento y elevando sus estándares de vida. Es decir,
según sus promotores, es un sistema en que todos, países
ricos y pobres, desarrollados y en vías de desarrollo, salen
ganando.
Desde
otra óptica, esas mismas ventajas pueden verse como defectos. La inmediatez de
los eventos económicos puede llevar a que la onda expansiva de
los efectos de cualquier crisis financiera internacional es más
amplia y puede perjudicar a mucha más gente (por ejemplo, la crisis
de los mercados asiáticos de 1998). Agrupaciones anti-globalización argumentan
además que este sistema aumenta la brecha económica entre los pueblos, al
acentuar aún más las diferencias entre los países pobres productores de
materias primas y las naciones desarrolladas (más aún, grupos
económicos específicos) dueñas de la riqueza, al mismo tiempo que supone una
destrucción de la ecología mundial al dejar a naciones subdesarrolladas como
fuentes de recursos naturales baratos para países con alta demanda. O sea, la
globalización estaría permitiendo que una pequeña élite se enriquezca a costa
de todo el resto del mundo. Y desde el punto de vista cultural, se
acusa a la globalización de crear una tendencia hacia la homogeneidad: se teme
que las culturas locales vayan progresivamente
desapareciendo y perdiendo su identidad para dar lugar a patrones de
conducta extranjeros, como por ejemplo la difusión del idioma inglés o la
adopción de la fiesta de Halloween. Es decir, se va camino a una unidad
cultural hegemónica de predominio de Occidente en desmedro de una cultura
global basada en la diversidad.
BLANCA VALVERDE SANTOS
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